Querido Thay y querida Sangha. Mi nombre es Fátima Tamayo Ayarza, nacida y habitante en la tierra de Palencia. Hace ya casi 9 años, comencé con la práctica. Las palabras y la sabiduría de Thay alumbraron mi camino, y despertaron en mí una nueva forma de ver y comprender el mundo, y sobre todo de relacionarme con nuestra querida Madre Tierra. Yo siempre me había considerado una persona que amaba la naturaleza, especialmente la montaña y los bosques. Gracias a la práctica y a las palabras de Thay, comencé a enamorarme de verdad, a sentirla, a sentirme parte, a verla como mi verdadero hogar, y a quererla como a una Madre. Siento que hubo un gran cambio en mí, pasé de consumirla y usarla, a amarla profundamente. Neuropsicóloga de profesión, este proceso también despertó en mi la comprensión profunda de la relación directa e interdependiente entre el sufrimiento humano y la desconexión con nuestra querida Gaia. En mi regreso de India, donde el dolor hacia el sufrimiento de la Tierra aún me tocó más profundo, recuerdo ir al mirador de Autilla o también conocido como mirador de Tierra de Campos a meditar y encontrarme, ya que no sabía dónde ir ni qué hacer en aquel momento de mi vida. Para describir la imagen del paisaje, son 80 km de tierras de cultivo, principalmente trigo y cereal, donde uno puede contar con los dedos de las manos el número de árboles que hay, hasta llegar a la hermosa Montaña Palentina. Nunca lo había sentido así, nunca había sentido tanto el dolor y el daño causado en estas tierras, en mi tierra. Una parte del planeta que ha sido deforestada y maltratada durante siglos. Ahí, entendí mi “misión”, mi aspiración profunda de cuidar de este rincón del mundo. Recuerdo esos años donde recorría pueblos castellanos, impartiendo cursos y talleres de neuroeducación y mindfulness en escuelas, mi corazón lloraba por las desoladoras imágenes que esas carreteras brindaban a mis ojos, el desastre natural de la agricultura industrializada, del maltrato a la Tierra, de la explotación y el abuso sin pausa, sin corazón ni conciencia. Despertó en mí el deseo profundo de hacer algo, de ser ese cambio que quería ver, de sanar mi relación con ella, agradecer sus maravillas abundantes, y compartir con otros ese sentir. Y la Vida me regaló un trocito de Tierra a quien cuidar, a quien agradecer todo lo que me da, el Jardín Despierto. Una hectárea y media que reforestar, reverdecer, regenerar, sanar. Todo un camino de interser, donde me he visto a mí reflejada, donde cada día aprendo y crezco. Un ser vivo en forma de “Jardín”. Al lado de la finca, había un bosquecito, hermoso y frondoso, una antigua vía de tren conquistada por la naturaleza. Un refugio y hogar de numerosos seres vivos. Era el bosque de la esperanza, donde uno puede comprobar la resiliencia de estas tierras y su verdadera naturaleza Verde, su fertilidad y abundancia, diferente de la imagen de campos de cereal desolados y deshidratados. Palencia era una zona conocida por sus manantiales, lagunas naturales, donde muchas aves pasaban estancias. Una tierra fértil conocida por sus deliciosas peras, manzanas y membrillos, y sus ricas huertas y hortalizas. Ahora es un secarral, las fuentes y manantiales han desaparecido. Desde que llegué, sentí que este lugar me había elegido de alguna manera, que tenía que protegerlo y cuidarlo. Que era un lugar de esperanza verde y de conciencia, para mí y para aquellos que hasta ahora la han visitado y me han ayudado con su cariño y trabajo a transformarlo. Pero hace unas semanas, llegó el progreso oculto de “verde”. Un proyecto subvencionado por los Fondos Next Generation para la” sostenibilidad” y la “protección del medio ambiente”: la creación de una “vía verde”. Una vía verde que ha destruido este bosque, en unas horas. 50 años de evolución y vida destruidas por un carril bici de 6 metros de ancho, ahora un cementerio de almendros en flor, olmos, chopos, alisos, escaramujos, plantas silvestres, y un largo etc. La destrucción de los nidos de muchas aves y posiblemente algunas de ellas. Primero llegó la rabia a visitarme, la incomprensión, el dolor. Luego la desesperación, el llanto y el miedo; después una profunda tristeza. Pero doy gracias a la práctica, que alumbra este camino y este proceso, que me ayuda a transitar la dimensión última, a querer ser abrazada por algo mayor, a querer mirar profundo dentro de mí y fuera, a mirar con compasión a aquellos que lo están haciendo, a comprender su ignorancia, sus puntos de vista y los míos, a sanar mi dolor, a coger fuerzas e impulso para ser la resistencia, a ver una pequeña estrella donde siento oscuridad. Quiero avanzar en este proyecto con el que llevamos 7 años, y digo “llevamos” porque comencé “sola” y ahora somos una familia, una sangha verde, compuesta de muchos seres, humanos, animales, plantas y minerales. Me dejo acariciar por las voces de los monásticos y monásticas cantando Praising the Buddha que escuché por primera vez en el retiro “Coming Back to Mother Earth” y ecología profunda al que asistí en septiembre de este año. Escucho Little Star, recién lanzada estos días al público. Namo Avalokistesvhara, leo líneas de un Canto de Amor a la Tierra y reflexiones sobre el Sutra del diamante del libro Zen and the Art of Saving the Planet. Camino conscientemente sintiendo este lugar sagrado para mí y para el Jardín Despierto. Lugar por el que durante 7 años hemos caminado conscientemente con la querida Sangha Arcoiris. Sé que quienes lo están destruyendo, no tienen la suerte de haber encontrado este camino aún. Quienes sufren la ilusión de separación, solo ven unos arbolitos sin importancia, sin papeles, sin derechos. Pido a la vida cada mañana que despertemos, que despierten, que seamos más, que la conciencia alumbre nuestros corazones antes de que sea demasiado tarde. Que yo sepa soltar y abrazar mis emociones difíciles, y que la práctica me dé cobijo …
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