He pasado casi toda mi vida, «ajena» (o, más bien, inconsciente) a los principios y valores que, hoy, conforman la base de mi existencia y me dan paz y seguridad, aunque, dada la impermanencia de todo cuanto nos rodea, intento no hacer de ellos ningún credo… Quizás, algún día, estos principios también cambien… Es posible… Pero lo que sé que nunca cambiará es mi ser más profundo… Ese que ya era en esa etapa oscura, sin luz, de mi vida, en la que sólo sentía y mostraba, mis limitaciones, mis debilidades, mis hábitos, adquiridos y arraigados desde tantos años atrás, y, apenas, tímidamente, de vez en cuando, emergían, de las profundidades de mi consciencia, mis fortalezas, mis capacidades y mi valía…
Gracias a la vida y a su mágico devenir, hoy sé cosas de mí que antes ignoraba y que me han ayudado a comprenderme, a aceptarme y a quererme, y, de esta forma, comprender, aceptar y querer a los que me rodean. Por supuesto que todavía me queda mucho que aprender y descubrir, y no tengo ni idea de por dónde me llevará la vida, pero lo que sí sé, es cómo me quiero sentir y cómo quiero vivir, en esta última etapa del camino que, irremediablemente, ya ha comenzado. Quiero seguir fluyendo con la vida, viviendo con sencillez y con naturalidad, disfrutando cada momento y agradeciendo cada día, por toda la abundancia que poseo.
Esto no significa que no tenga «sueños», ni ilusiones, o que quiera quedarme quieta, sin esperar nada y sin ningún objetivo… He sido bastante inquieta, en mi juventud y en mi madurez, y siempre me ha gustado estar «activa», haciendo algo, y aunque ya no tengo la fuerza ni la energía de antaño, como se suele decir, «la cabra tira al monte»…
Durante los últimos meses, he estado reflexionando mucho sobre qué me gustaría hacer en los próximos años, en los que, ya liberada de obligaciones laborales y familiares, dispongo del tiempo y de la libertad (y, por ahora, del más preciado de los dones: la salud), para dedicarme a aquello que quiera y que quiero hacer. Después de muchas ideas dispares, desde montar un alojamiento rural, sostenible y ecológico, una residencia para animales abandonados, un centro para jóvenes interesados en proyectos medioambientales, o dedicarme a la permacultura, la verdad es que… todavía no lo he decidido, pero sí observo que hay un denominador común en todos ellos, que será la base y el impulso de lo que sea que termine haciendo, y que es, mi amor por la Naturaleza y mi ilusión por hacer algo en armonía con la Madre Tierra.
Por circunstancias y casualidades (o, más bien, «causalidades», creo yo) de la vida, adquirí, hace cuatro años, un terreno, de casi una hectárea, en una pequeña aldea de Senegal… Allí viví la etapa más intensa y las experiencias más sorprendentes de mi vida… Aprendí muchísimo de las gentes con las que conviví, pero, sobre todo, aprendí de la Naturaleza… Aprendí que los árboles te regalan fruta fresca cada mañana; que las raíces y las hojas de algunos de ellos, te curan enfermedades; que las ramas secas de otros, te proporcionan fuego para cocinar y calentarte por las noches; que los pájaros, además de parlotear constantemente entre sí, acuden, sin miedo, a beber y a refrescarse en el agua que les pones cada mañana en su bebedero; que los monos te observan con curiosidad desde las ramas de los árboles y te «roban» la comida, cuando te alejas de la cocina; que el océano te regala peces cuando no tienes qué comer; que la Luna y las estrellas, te sirven de guía cuando caminas por el bosque de noche; que el viento y la lluvia te cantan nanas cuando no puedes dormir; que cada puesta de sol es más maravillosa y más sublime que la anterior…
Todo lo que la Madre Tierra me regaló en esa época, ha sido el mayor don que he recibido nunca y esas experiencias me han marcado profundamente… Es cierto que viví también situaciones, digamos, desagradables, pero todas las dificultades por las que pasé, me han hecho aprender, crecer y madurar.
Mi mayor deseo, ahora, es volver a «mi paraíso», si bien el paraíso está allá donde queramos que esté… Pero creo que este deseo está muy en sintonía con mi proyecto, que aunque todavía está sin detallar, sí coincide con la esencia y el motor que impulsa ahora mi vida, y que no es otro que el de hacer algo por la Madre Tierra. No se trata de «devolver» a la Naturaleza lo que ella me dió, porque ésto me suena a «comercio» o a «trato», y nada más alejado de la realidad, puesto que la Tierra nos regala siempre, sin pedir nada a cambio; incluso cuando la maltratamos, ella nos sigue queriendo y dando, como una madre quiere y da a sus hijos… Más bien, se trata de ofrecer algo a la Tierra, por muy pequeño e insignificante que sea, en señal de honra, de respeto y de agradecimiento. Y ese algo, sin saber todavía muy bien qué será, pasará por ponerla en valor, por cuidarla, por mimarla, por defenderla ante el daño que algunos quieran infringirle…
Y, precisamente cuándo todas estas ideas van tomando forma y mi decisión de continuar allí mi camino va afianzándose cada vez más, surge, de repente, un problema, grave, como casi todos los que asolan este bello continente… En realidad, no es más grave porque sea Africa, en donde todavía existe la naturaleza en estado puro… Todo atentado contra la Naturaleza es igual de grave, y, a diario, ocurren casos similares, o peores, pero yo lo siento y lo vivo con más intensidad porque me toca más de cerca: dos proyectos de gran envergadura, política y económica, han venido a instalarse en esta zona, donde se encuentra «mi paraíso», para poner en peligro, no sólo mi sueño, sino la forma de vida y la subsistencia de especies vegetales y animales, entre ellos, el hombre… La construcción de un súper complejo hotelero y la explotación de varias minas de zircón, amenazan a nuestra Madre Tierra con la deforestación, el empobrecimiento de la tierra, la destrucción de las dunas y el envenenamiento de las aguas freáticas (como poco), y, por supuesto, con el grave impacto medioambiental que supondrán en el mundo animal (incluido el hombre).
Me he unido a un grupo de «lucha» (aunque tampoco me gusta esta palabra), contra estos proyectos. En realidad, el grupo se llama «Comunidad Unida para la protección del entorno en Kafountine, Diannah, Abéné y Niafrang», que son las cuatro poblaciones afectadas (mi casa está en Abéné) y ya se han llevado a cabo movilizaciones y acciones encaminadas a parar estas barbaridades, pero la «lucha» no ha hecho más que comenzar…
Va a ser una tarea muy dura y muy difícil, porque en estos países (como en la mayoría, desgraciadamente), impera la ley del dinero a costa de lo que sea y del enriquecimiento ilicito e inmoral, pero, además, aquí, la corrupción y los sobornos están a la orden del día. Y la ignorancia, que es la baza más potente que utilizan los gobernantes y los empresarios sin escrúpulos, para engañar a las gentes, está tan extendida que va a costar mucho concienciar a los habitantes de esta zona, y hacerles comprender que un puesto de trabajo no les va a servir de mucho cuando su entorno se llene de muerte y desolación…
Pero, aún con todas estas dificultades a la vista, siento que algo se puede hacer, que no hay que rendirse antes de la «batalla» y que «la unión hace la fuerza». Por eso, estoy deseando volver, para apoyar de forma más eficaz y colaborar más activamente en esta causa, que, ya no es mi sueño, ni defender lo mío… Es algo mucho más profundo… Es poner mi «grano de arena» en la defensa, el cuidado y la protección de la Naturaleza, nuestra Madre.
Me ha costado también tomar esta decisión, porque ya no es irme a vivir allí, tranquila, a empezar un proyecto que , con tiempo y dinero sería perfectamente realizable… No… Ahora se trata de implicarme en algo más trascendente y de mayor alcance que, no lo voy a negar, me asusta un poco… Pero también pienso que, si la vida me está poniendo delante esta dificultad, es por y para algo…
Hay veces que mi mente se pregunta si merece la pena meterse en este «lío», con los riesgos y el peligro que conlleva, en un país, a 4.000 km de aquí, tan distinto al nuestro, y si yo, realmente, voy a poder hacer algo, si esto servirá de algo… Pero cuando dejo que sea mi corazón el que responda, le oigo decir: «¡¡¡Sí!!!», «¡¡¡Adelante!!!», «Sí puedo hacer, porque mis acciones, junto a las de tantos otros, pueden hacer mucho, ¡¡¡muchísimo!!!»… Son granos de arena, los que forman las playas; son gotas de agua, las que llenan los mares y los océanos; son las estrellas y los planetas los que pueblan el Universo…
Y si presto todavía más atención a mi corazón, éste me dice que esa Tierra que me sustentó, me protegió, me cuidó, me sanó y me hizo tan feliz, de alguna manera, me necesita… Ella me está llamando y yo voy a ir a su encuentro.
Eva G. (Sangha Interser, Valencia)