Convivo con una niña de tres años llamada Iris. A diario, mientras vamos al colegio, hablamos sobre las bellezas de este planeta. Al comenzar el curso me lo tomaba como una tarea educativa, pero, con el tiempo, se ha vuelto algo natural en la forma de comunicarme con ella: alabar las bondades de esta hermosa bodhisattva, la Madre Tierra.
En nuestro trayecto diario atravesamos con el coche algunos bosques. Al verlos, me brotan del corazón expresiones como “¡Mira que bosque tan hermoso Iris! ¡Mira cuántos árboles!”, a lo que ella responde “¡Ah! ¡Sí!”. Lo curioso de estas conversaciones es que se repiten a diario desde hace varios meses, y ninguna de las dos parece haberse cansado. A veces, cuando soy yo la que comienza las alabanzas, ella encuentra al poco tiempo una nueva alabanza para compartir, como “¡Mira mamá! ¡Cuántos colores en el cielo!” y me emociono con ella, pues cada día me parece que recorremos un nuevo cielo y una nueva tierra.
Podemos nombrar una y otra vez todos los colores que hay en el cielo y aun así sigue siendo emocionante.
En donde vivimos algunos días son tan grises que el sol permanece escondido todo el trayecto, ¡incluso a veces todo el día!, entonces hablamos de la belleza de la niebla en el mar, de las nubes que cubren el cielo de gris, lila, azul, negro, blanco… Y, al día siguiente, cuando después de varias curvas vemos de repente despuntar el sol radiante sobre la montaña, una de las dos dice algo como “¡Mira el sol qué brillante! ¡Qué día tan maravilloso!”. Sonreímos, y a mí se me instala un sol en el corazón que verdaderamente logra alumbrar cada cavidad, cada rincón de oscuridad, sintiéndome como un pequeño tulipán, como una pequeña flor que no tiene más propósito que vivir, que estar ahí, realmente ahí.
Aprender a alabar las bondades de la Tierra ha hecho que conducir deje de ser un medio para ir de un sitio a otro y se convierta en algo lleno de significado por sí mismo. Cuando regreso de nuevo a casa, sola y en silencio, permanezco observando esos mismos paisajes con una visión renovada, desde el Vacío, más allá del signo. Entonces ya no veo árboles, ni nubes, ni sol… solo Interser, Interser, Interser… remanifestándose.
Alba Iglesias, Sangha Terra de Presencia