La vida pende de un sutil equilibrio

La vida pende de un sutil equilibrio entre el agua, la piedra, el espacio y la consciencia. De una suave armonía entre el sonido, la vista, el tacto y la intuición. Esta mañana me dispongo a ir al molino de agua para transformar trigo y centeno en harina. Me siento contento de poder ser la continuación de una tradición que se pierde en la comodidad de estos tiempos. La mayor parte de mis vecinos ya no siembra ni recoge su cereal y los pocos que lo hacen ya no necesitan harina para amasar su pan, o prefieren la rapidez de los molinos eléctricos a la lentitud de los métodos de antes. El abandono del mundo rural y la búsqueda de comodidad y rapidez hace que estas tradiciones que pervivieron largo tiempo y que alimentaron a todos mis ancestros, vayan cayendo en el olvido. Aun así, no deja de sorprenderme cómo cada vez que algún visitante se asoma por la puerta del molino, rememora con nostalgia cómo sus padres o abuelos molían y lo sabrosos que eran esos panes… Incluso los más jóvenes se sienten fascinados e intrigados, por ese artefacto secular, que funciona de forma misteriosa sin electricidad, ni tecnología. Ir al molino, me produce felicidad, más allá de preservar esta ancestral tradición, pues salir al inicio del día con un saco de cereal, mientras los pájaros cantan y el sol despunta en el horizonte, alegra mi corazón. Llegar y contemplar la hermosa arquitectura de piedra, en donde los mejores canteros dejaron su impronta y que unido a la madera, erige un artefacto tan sutil como rústico, no deja de causarme admiración. Depositar el grano en la moega (tolva) y esperar a que el rumor del agua, que cae en el cubo de piedra, se disponga a trasmutar los granos de cereal que pasan entre el traqueteo de dos inmensas piedras de granito, es uno de los mejores conciertos de música de los que he disfrutado y sigo disfrutando. Tocar la suavidad de la harina, recién salida del molino e inhalar su aroma, deleita mis sentidos y me siento impregnado de vida, tan impregnado como de harina está mi pelo, mi piel y mi ropa cuando termino. Y saborear el delicioso pan obtenido de esta harina, me nutre intensamente porque en este trozo de pan puedo observar la inmensidad de fenómenos que inter-son, en este preciso instante. Pero moler, no solo es poesía, también implica una inmersión de realidad. Para que el agua llegue al molino es necesario limpiar los canales que se llenan de maleza, cada poco tiempo. Mantener limpio y en condiciones el naciente de agua y la presa que la almacena que luego surte al molino, pues este no es un molino de río, sino de montaña, abastecido por un manantial que es necesario acumular en una presa, que dará la suficiente presión de agua durante una hora, para que el molino funcione. Es necesario reparar y equilibrar las diversas partes del molino, para conseguir que funcione, no de forma correcta, pues eso aquí no existe, pero que por lo menos funcione… Todo ello era un trabajo que se repartía entre una comunidad de al menos diez familias en cada uno de los cinco molinos que se diseminan por la ladera de la montaña y que hoy en día realizamos dos personas. A veces me parece un esfuerzo titánico y la desesperación me lleva a ver lo cómodo y “eficiente” que es pulsar el interruptor del molino eléctrico. Pero en lo profundo de mí, sé que es el camino que diligentemente quiero continuar, más allá de continuar una tradición, de lo bucólico que resulta, del esfuerzo y frustración que a veces siento. Es una llamada a cultivar el sutil equilibrio de la vida. Estos días leía el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC) que calcula que hay 3.600 millones de personas en contextos altamente vulnerables al cambio climático. Alerta de que estamos perdiendo especies con miles de años de historia y poniendo en riesgo nuestros ecosistemas, nuestra seguridad alimentaria y nuestra humanidad. A veces me resultan distantes estos datos, pero hoy moliendo otra vez más, puedo observar la constatación de estos datos y palabras, en el molino de agua. Cada invierno, venía tal exceso de agua que el propio cauce no daba cuenta de guiar tanta abundancia. Ello permitía moler generosamente el cereal y también permitía conservar no solo el ecosistema a lo largo de la montaña que alimenta este molino, sino la sabiduría y la prosperidad de muchas generaciones que me precedieron. Hoy puedo observar cómo el caudal de agua disminuye tanto, pues cada invierno llueve menos, que hace cada vez más difícil continuar con este legado que nos ha nutrido a nosotros y a muchas especies durante siglos. Me hace tomar consciencia de que aunque tengamos grandes capacidades tecnológicas siempre dependeremos del medio natural. Hoy veo que no solo es un molino, que deja poco a poco de funcionar, sino una situación que me confronta con una realidad que vivimos y que el IPCC hace pública en datos. Por ello siento que continuar aquí, una vez más, intentando preservar un estilo de vida comunitario, sostenible, de esfuerzo, pero de gran belleza y plenitud es el paso que quiero seguir dando. Cuidar el sutil equilibrio que convierte los granos de cereal, en flor de harina, los “granos” o dificultades que hemos sembrado, en hermosas flores de vida. Jorge, Sangha Terra de Presencia

En rickshaw o a caballo

Cuando tengo que desplazarme lo hago andando o en coche. Por mis circunstancias, más o menos justificadas, no hago uso de ningún otro medio de transporte.Especialmente en los últimos años, he buscado formas de reducir mis trayectos en coche, observando qué me motivaba a hacer esos desplazamientos que, como otros tipos de consumo, en muchas ocasiones eran emocionales. Así fui reduciendo los viajes, aprovechando por ejemplo un mismo viaje para hacer varios recados o visitas, y eliminando otros que comenzaron a parecerme innecesarios. Con ello, a día de hoy, creo que he logrado reducir mis viajes al mínimo imprescindible que siento posible en estos momentos. He estado bastante tranquila y satisfecha con estos cambios hasta que iniciamos el tema de la profundización de “Transporte y energía”. Por primera vez creo que he sido realmente consciente (o más consciente) del impacto tan fuerte que tiene para el planeta que use el coche. Tal vez en esta ocasión no lo he valorado en términos de contaminación acústica y ambiental como podía pensar antes, sino que he visto con más claridad la verdad de ese petróleo que compro: de dónde viene; cuánto de sostenible es ese combustible; qué desigualdades, opresiones, violencia… apoya mi consumo; y qué alternativas tengo. En las últimas semanas tengo este tema presente y creo que todavía no he encontrado una solución, solución que por cierto ni siquiera sé si hay. Puedo ver que mi mente se orienta hacia una solución de reemplazo en vez de pensar en un cambio real en la forma de replantear el cómo me desplazo, y mi necesidad de hacerlo. Así que buscando una alternativa, he comenzado por pensar en la opción de comprar un coche eléctrico. Pensaba entonces en toda la chatarra, chips, baterías… que se generan al comprar un coche nuevo y finalmente no me ha parecido mejor opción comprar un coche eléctrico que aprovechar el que ya tengo. Después he pensado en comprar una bici estilo rickshaw, eléctrica, que se ajuste a mis necesidades como: que me permita llevar siempre a otra persona, que me permita desplazarme por grandes desniveles (Galicia no es Holanda…), que me permita no mojarme cuando llueve… Es más, valorando alternativas ¡hasta he pensado en volver a montar a caballo! Al final, un batiburrillo de ideas. Finalmente me he sentido, por primera vez, realmente atada al sistema, atrapada en un laberinto pantanoso en el que, de haber una salida, no será sin esfuerzo. Aun con todo, permanezco con apertura, no solo para encontrar alternativas sino para lograr una interacción con la vida que sea todavía más lenta, mucho más lenta, en donde sienta que tengo el tiempo suficiente para ir, para venir… y lograr de ese modo poner verdaderamente al bienestar del planeta y de la vida que alberga por delante de mis deseos y comodidades mundanas. Creo que estos son los regalos de la práctica de la atención plena. Según pasan los años deja de ser una cuestión de sentarse a meditar, o de beber un té atentamente, y se convierte en mucho más. La práctica me enseña a observar y replantear en profundidad el cómo pienso, cómo me expreso, cómo actúo… y cómo estoy construyendo cada día el mundo de mañana. Esto es para mí consciencia del interser. Alba, Sangha Terra de Presencia

La despensa

«Tengo fe en tu gran poder curativo Madre Tierra. Esa es la razón por la que puedo tomar refugio en ti» Thich Nhat Hanh Ha llegado el frio, y la lluvia, me detiene a contemplar este paisaje invernal. En estos momentos, una sensación agradable brota en mí, al observar, la despensa llena de alimentos, que son el fruto de la generosidad de la Tierra, y del trabajo estival, y que ahora podemos saborear al calor de la leña. Contemplar estos alimentos y poder saborearlos es una ocasión para recordar los días luminosos y cálidos del verano. Sentir la alegría del trabajo al sol, del contacto con la tierra y del fresco aire que me acaricia. Observar estos alimentos también es una oportunidad de sentir el esfuerzo amoroso de muchos seres vivos que han participado en su manifestación y en que en estos momentos llenen nuestra despensa para nutrirnos en estos días invernales. Puedo ver la importancia del Interser, a través de estos alimentos. Tiempo atrás, quería ser autosuficiente, no comprendía la belleza de ser parte, de sentir la generosidad y el amor de muchos seres vivos a través de estos frutos. A día de hoy, estas ideas de autosuficiencia se han desvanecido para mostrarme lo hermoso que es depender de los demás. Y es que detrás de cada alimento hay una historia, así pues, observo la miel y puedo sentir a Jose, en las montañas del Suído, cuidando y mimando a las abejas. Abriendo núcleos y haciéndome participar de sentir la impresión de estar rodeados por una gran cantidad de abejas revoloteando a mi alrededor, y en medio de este enjambre poder ver a la reina, danzando entre miles y miles de abejas. Es un espectáculo verlas llegar y partir una y otra vez, trayendo néctar y polen y llevando la misión de polinizar flor tras flor, el alimento de infinidad de seres vivos. Puedo recordar los campos castellanos de Piñel de Abajo, dorados por la intensidad del sol, donde danzan miles de espigas de trigo, espelta, centeno…donde moran esbeltos garbanzos y lentejas al sonido de palabras amorosas de Goyo que nos cuenta con gran alegría las labores que realiza desde que era niño y que ha recibido de sus ancestros. La maravillosa sabiduría heredada y que hoy día con su diligencia y bondadoso esfuerzo se convierte en alimento para nosotros. Siento el olor a mar y a sal que llena el secadero de algas que nuestro querido Clemente y su hermano Fermín nos enseñan, podemos contemplar la majestuosidad de esas verduras del mar, que una vez secas, aliñarán nuestros platos con un fragante toque marino. Es hermoso escuchar cómo con creatividad e ingenio apostaron hace más de 20 años por ofrecernos este maravilloso alimento de los mares. Son tantas y tantas historias y recuerdos, que llenan nuestra despensa, nuestro cuerpo y nuestro corazón, tantas vidas intersiendo en un simple alimento…Por eso conocedores de esta maravilla no hemos podido dejar de ofrecer todas estas historias, estos alimentos, a nuestros hermanos y hermanas de la Sangha y nos hemos decidido a crear un grupo de consumo que siga cuidando de todas estas personas, que a su vez, cuidan de la Madre Tierra, que nos cuida a todos nosotros. Una maravillosa red de Indra, que muestra los reflejos luminosos de muchas vidas, de muchos frutos, que reposan en nuestra despensa. Jorge, Sangha Terra de Presencia

Recogiendo Basura

«Hemos contaminado el medio ambiente. Es mucho el sufrimiento que generamos cuando alteramos el equilibrio de la Tierra. Si recuperamos nuestro equilibrio interior, empezaremos el trabajo de restablecer el equilibrio de la Tierra» (Thay). Nuestra Sangha local ha visto lo importante que es la práctica y los días de atención plena, pero también hemos constatado que a algunas personas les resulta difícil acercarse a una práctica reglada y formal. Así pues, hemos concebido  “Compartindo coa Sangha”, un día de no práctica, menos formal y ritual, donde la frescura y la estabilidad del Dharma se puede transmitir a través de la vida misma, de la alegría de compartir, de sentirnos hermanos disfrutando de nuestra querida Madre Tierra. Queremos que este espacio abierto e inclusivo sea un lugar de creatividad, en donde proponer actividades que nos conecten con la Tierra, que nos aporten visión profunda del maravilloso Interser que nos conecta con todas las formas de vida. En nuestra primera experiencia de este nuevo proyecto, hemos acariciado suavemente la Tierra con nuestros pasos, para recoger con dulzura y libres de prejuicios la diversidad de basura que se ha sembrado a lo largo del tiempo en la faz de la Tierra. Para mí ha sido una hermosa experiencia, poder caminar sobre la Tierra disfrutando a la vez de sus maravillas: los árboles, los pájaros, el contacto con la tierra… y con la basura que en ella está. Esto me ha hecho ver que yo mismo también soy una Tierra llena de maravillas que disfrutar y, a la vez, estoy cubierto de pequeñas basuras que se han depositado en mí a lo largo de los años. La actividad me permitió poder observar a la par ambas basuras, libre de discriminación, observarlas tal cual son y recogerlas con cariño para así, paso a paso, dejar detrás de esta práctica un trocito de mí y de Tierra más limpia, libre de basura, y en donde pueda relucir la verdadera naturaleza de ambos. Jorge, Sangha Terra de Presencia

Recolectar plantas silvestres

«Tengo fe en tu gran poder curativo Madre Tierra. Esa es la razón por la que puedo tomar refugio en ti» (Thay) Las plantas silvestres llevan acompañándonos desde los inicios de la humanidad. Son precursoras del entorno en el que hemos vivido y continuaremos viviendo y, a la vez, de cada célula que compone nuestro cuerpo y mente. Su vitalidad y frescura siempre han estado presentes en nosotros. La mayor parte de las plantas silvestres son comestibles y están ahí, a nuestro lado, para nutrirnos y curarnos. Están repletas de principios y compuestos adecuados a las carencias y deficiencias de las personas y animales que las rodean, por lo que comer plantas silvestres es, además de una forma sustentable de alimentarse, un camino de nutrición y sanación. Las plantas silvestres me acompañan, alegrándome y favoreciendo mi práctica de la plena conciencia. Para mí, son una maravillosa oportunidad de práctica. Cuando me dispongo a meditar caminando, no solo me asiento en la respiración y los pasos que doy, sino que me abro a contemplar la maravillosa vida Intersiendo y, las plantas silvestres, son la mejor oportunidad que se me presenta para contemplar profundamente la vida, que me rodea y que soy. Son tantas y tan variadas, de tantos colores y formas, de amplios sabores y olores… Cantan y sonríen de diversas maneras que afinan mi atención y concentración, hasta el punto de poder ver la gran diversidad que en ellas hay y la interdependencia de unas con otras y de ellas conmigo. Ellas son todo generosidad. Siguen creciendo una y otra vez, a mi lado, a la espera de que me incline a saborear la vida que contienen, y cuántas veces las he obviado e incluso denostado. Ahora que he aprendido a reconocerlas y a alentar su uso en mi vida, puedo nutrirme con sus principios, con su hermosura, aportándome  sanación y vitalidad. Un querido hermano sabio me dijo una vez: ”Come lo que crece a tus pies y te sentirás vital y feliz”. Pues en ello estoy, alimentándome de la vida que crece en torno a mí. Jorge, Sangha Terra de Presencia

Regando la Tierra

«El agua y la luz del sol hacen las plantas verdes. La lluvia de la compasión y de la comprensión transforman los desiertos en un inmenso océano fértil» El calor del verano cada día es más intenso. En la huerta es tiempo de recolección: calabacines, pepinos, tomates, judías, cebollas, ajos… pasan a ser parte de la despensa. También es tiempo de descanso, de sentarme a la sombra de los sauces y contemplar la belleza de la Madre Tierra, sentirme agradecido de la suave brisa que acaricia mi cuerpo y de poder escuchar la melodía de los pájaros. En esta época de cierto reposo hay dos actividades que me agradan especialmente. La primera es practicar la meditación caminando a primera hora de la mañana, antes de salir el sol, descalzo, sobre la fresca hierba. Esta práctica riega especialmente las buenas semillas de paz, alegría y atención que hay en mí. La otra tarea que disfruto en esta época es regar, al atardecer. Sentir el agua correr sobre la tierra, su frescor que revitaliza las plantas y mi cuerpo, y estar ahí, simplemente estar con el agua, la tierra y las plantas, en silencio, en paz, durante 2 o 3 horas. ¡Es una maravillosa meditación! Cuando empecé a cultivar la tierra instintivamente me negué a poner riego por goteo, todos me hablaban de sus bondades y del tiempo que podría ahorrarme. Sin embargo yo no lo sentía, disfrutaba de estar ahí, regando cada atardecer las plantas, de invertir el tiempo en esta maravillosa meditación. Diez años después, así lo sigo haciendo, y cada día sigo agradeciendo la oportunidad de poder regar las plantas una por una, personalmente, con atención y cariño. Cada vez que me pongo a regar, también es un buen momento para practicar la meditación del interser y observar profundamente ese agua que sale por la manguera. Saber que ese agua es porque muchos elementos no-agua también son. Puedo ver el océano, la lluvia, la montaña de donde mana el agua, pero especialmente puedo ver a mi abuelo, que arduamente trabajó cavando más de 2 km de zanjas a lo largo de la montaña, para dirigirla hasta una presa donde se almacena y luego poder usarla cada día para regar, además de para beber, cocinar, lavar… Cuánta gratitud hacia mi abuelo y muchos otros antepasados que me han regalado con su esfuerzo y generosidad, con su sabiduría para aprovechar los recursos de la Madre Tierra de forma sencilla y sustentable, y con sus cariño y buen hacer, valiosos recursos que hoy puedo aprovechar.  Esta tarde cuando de nuevo pueda disfrutar de la maravillosa agua corriendo sobre la tierra, podré sentir otra vez cuán valiosa es para la vida y reafirmar mi compromiso de usar y gestionar con suma delicadeza, e inmensa gratitud, este hermoso y refrescante tesoro de la Madre Tierra. «El agua fluye a través de mis manos, pueda usarlas sabiamente para conservar este hermoso planeta» Jorge, Sangha Tierra de Presencia

La Generosidad de la Madre Tierra

«Practicaré la generosidad en mis pensamientos, en mis palabras y en mis actos de la vida diaria. Compartiré mi tiempo, energía y recursos materiales con aquellos que los necesiten» Thich Nhat Hanh ¡Ha llegado el verano! Se vislumbra en el horizonte. Ahora el amanecer, ya madruga más que nosotros. Cuando salgo a las 06:00 a tomar una infusión al jardín, como cada día, la luz del amanecer, ya está ahí, esperándome. Hace poco, era yo quien esperaba a la luz de la mañana. Los pájaros y los gallos, ya entonan himnos y cantos a la Madre Tierra y yo, me uno a ellos. Las altas montañas resplandecen de tonos rojizos y a lo lejos el mar se ve tranquilo esta mañana. Se vislumbra la llegada del verano, en el calor. Cuando salgo a jugar a la huerta la calidez del Tathagata sol ya es intensa, la calidez que madura los frutos, destila el aroma de las flores y alegra el corazón. Pero sobre todo se vislumbra la llegada del verano, en la generosidad de la Madre Tierra. Más que en ninguna época del año, es ahora cuando la abundancia de la Tierra se expresa en todo su esplendor. Y yo, puedo verla, tocarla y saborearla en este momento. Nunca deja de sorprenderme, tanta generosidad, y ello me hace reflexionar sobre mi generosidad. Tiempo atrás y siguiendo los hábitos adquiridos, maldecía a los ratones que se comían “mis patatas”, a los mirlos que se llevaban “mis fresas y ciruelas”, a las palomas que devoraban “mis guisantes”… e intentaba ahuyentarlos de “mi huerta”. La práctica y la contemplación de la Madre Tierra y su generosidad me ha llevado a comprender que nada me pertenece, que soy uno más, como todos mis hermanos, disfrutando de la generosidad de la Tierra. Así pues, hoy puedo recoger las patatas, envuelto en el calor veraniego, el polvo, los ratones, las pequeñas arañas y ciempiés, y los luciones que campan a sus anchas entre las plantas de patatas, con mucha gratitud de tocar en mis manos la abundancia de la Madre Tierra y sentir esa generosidad en mí. Cuando el calor aprieta y el cansancio se hace notar, camino suavemente hacia un ciruelo, y aquí, encaramado a sus ramas, puedo saborear el calor del sol, la fertilidad de la tierra, y el trino asustado de un mirlo que, como yo, está saboreando la dulzura de las ciruelas. Cierro los ojos y me voy deleitando con los generosos frutos de la Tierra, dejándome mecer por la suave brisa, que me acuna en las ramas del ciruelo, cual amorosa madre. Y ahí, descansando, siento la fragancia de las madreselvas, que envuelven el aire que respiro suave y atentamente. Ahora, con mi barriga llena y los capachos repletos de patatas, estoy deseando, como tú, Madre Tierra, seguir practicando la generosidad con Alba, Iris y mis padres, con la Sangha, mis hermanos y hermanas, y todos los seres que compartimos tu abundante generosidad. ¡Gracias, querida bodhisattva Madre Tierra! Jorge, Sangha Terra de Presencia

Alabar las bondades de la Madre Tierra

Convivo con una niña de tres años llamada Iris. A diario, mientras vamos al colegio, hablamos sobre las bellezas de este planeta. Al comenzar el curso me lo tomaba como una tarea educativa, pero, con el tiempo, se ha vuelto algo natural en la forma de comunicarme con ella: alabar las bondades de esta hermosa bodhisattva, la Madre Tierra. En nuestro trayecto diario atravesamos con el coche algunos bosques. Al verlos, me brotan del corazón expresiones como “¡Mira que bosque tan hermoso Iris! ¡Mira cuántos árboles!”, a lo que ella responde “¡Ah! ¡Sí!”. Lo curioso de estas conversaciones es que se repiten a diario desde hace varios meses, y ninguna de las dos parece haberse cansado. A veces, cuando soy yo la que comienza las alabanzas, ella encuentra al poco tiempo una nueva alabanza para compartir, como “¡Mira mamá! ¡Cuántos colores en el cielo!” y me emociono con ella, pues cada día me parece que recorremos un nuevo cielo y una nueva tierra. Podemos nombrar una y otra vez todos los colores que hay en el cielo y aun así sigue siendo emocionante. En donde vivimos algunos días son tan grises que el sol permanece escondido todo el trayecto, ¡incluso a veces todo el día!, entonces hablamos de la belleza de la niebla en el mar, de las nubes que cubren el cielo de gris, lila, azul, negro, blanco… Y, al día siguiente, cuando después de varias curvas vemos de repente despuntar el sol radiante sobre la montaña, una de las dos dice algo como “¡Mira el sol qué brillante! ¡Qué día tan maravilloso!”. Sonreímos, y a mí se me instala un sol en el corazón que verdaderamente logra alumbrar cada cavidad, cada rincón de oscuridad, sintiéndome como un pequeño tulipán, como una pequeña flor que no tiene más propósito que vivir, que estar ahí, realmente ahí. Aprender a alabar las bondades de la Tierra ha hecho que conducir deje de ser un medio para ir de un sitio a otro y se convierta en algo lleno de significado por sí mismo. Cuando regreso de nuevo a casa, sola y en silencio, permanezco observando esos mismos paisajes con una visión renovada, desde el Vacío, más allá del signo. Entonces ya no veo árboles, ni nubes, ni sol… solo Interser, Interser, Interser… remanifestándose. Alba Iglesias, Sangha Terra de Presencia

Despertando en la Madre Tierra

Querida Sangha de Madre Tierra, Me gustaría aportar una práctica que llevo haciendo un tiempo al despertar cada mañana. Y que me fue surgiendo de forma natural.  Sin desplazar por ello a nuestro querido y primer gatha aprendido de Thay y comunidad de Plum Village: Al despertar esta mañana sonrío tengo ante mí veinticuatro nuevas horas….. Es hacerse consciente del regalo que es estar vivo y presente en este planeta Tierra. Compartiendo la misma Vida que todos los demás seres animales, vegetales y minerales. Compartiendo todos los elementos que la hacen posible. En un flujo de relaciones que va más allá de lo que vemos. Sintiendo él Interser. ** Al despertar por la mañana ,comienzo reconociendo como estoy, pensamientos, emociones, sensaciones corporales, aceptando tal como son. Permito que aflore en la conciencia de forma espontánea, sin pensar, cualquier ser o elemento que habita la Tierra, un animal, un ave, una planta, un árbol, una montaña, un rio,….lo que fuera. Quizás me sorprenda, pues luego me doy cuenta que es lo que necesito para ese día o para seguir trabajando.  Me dejo llevar por las imágenes que pueda visualizar, y sobre todo por las cualidades que vea o sienta. Despierto en mi a esas cualidades que pueden nutrirme y ayudarme. Y ahí dirijo mi intención. Con esto anterior puedo estar unas respiraciones conscientes. Después observo cómo puedo actuar en esa relación para contribuir a mejorar la vida de ese ser, de ese hermano o hermana que hacen posible nuestra vida. Desde mi manera de consumir, de trabajar, de pequeños compromisos, de cooperar con otras organizaciones, en definitiva de ver mi huella con el planeta. Y termino con un agradecimiento por estar vivo, por la Vida. Sea como sea en ese día. Quizás es un día de malestar corporal o emocional…Sea lo que fuere sonrio y agradezco ese momento.  Hay días que no es fácil estar ahí, pero en general es muy bello, despertando al amor. Ejemplo sencillo: Esta mañana he conectado con el frescor del rocio que estos días hay en los campos de alrededor. Inhalo,  y veo esas finísimas gotas de agua cayendo desde el cielo en el final de la noche y clareando el día. Acariciando y refrescando a toda la vegetación. Sin discriminar. Agradezco que esté ahí.      FRESCOR Exhalo, y siento esas finas gotas de frescor penetrando en todo el cuerpo y alma. Limpiando y purificando partes más oscuras en mi o zonas con bloqueos.   SONRIO y siento esa energía interior de frescura. Inhalo, observo el daño y alteración de la atmósfera con nuestra contaminación y polución. Exhalo, y me hago consciente del uso del transporte, de mi consumo, de mis compromisos,… Termino con un abrazo a toda la humanidad en armonia con la Madre Tierra. Agradeciendo las condiciones que así hacen posible la vida y nuestra conciencia de ella. Este ha sido el ejemplo de hoy. Ayer fue con la imagen de un tigre. Y a veces puede repetirse. Y termino con unas palabras de Thich Nhat Hanh : “Al contemplar tu cuerpo, descubrirás que no eres un ser separado, desconectado de todo lo demás; Eres un rio que fluye sin cesar, el río de la vida misma. “ Feliz y consciente día Victoria, Sangha Camino del Corazón