«El agua y la luz del sol hacen las plantas verdes. La lluvia de la compasión y de la comprensión transforman los desiertos en un inmenso océano fértil»

El calor del verano cada día es más intenso. En la huerta es tiempo de recolección: calabacines, pepinos, tomates, judías, cebollas, ajos… pasan a ser parte de la despensa. También es tiempo de descanso, de sentarme a la sombra de los sauces y contemplar la belleza de la Madre Tierra, sentirme agradecido de la suave brisa que acaricia mi cuerpo y de poder escuchar la melodía de los pájaros.

En esta época de cierto reposo hay dos actividades que me agradan especialmente. La primera es practicar la meditación caminando a primera hora de la mañana, antes de salir el sol, descalzo, sobre la fresca hierba. Esta práctica riega especialmente las buenas semillas de paz, alegría y atención que hay en mí.

La otra tarea que disfruto en esta época es regar, al atardecer. Sentir el agua correr sobre la tierra, su frescor que revitaliza las plantas y mi cuerpo, y estar ahí, simplemente estar con el agua, la tierra y las plantas, en silencio, en paz, durante 2 o 3 horas. ¡Es una maravillosa meditación!

Cuando empecé a cultivar la tierra instintivamente me negué a poner riego por goteo, todos me hablaban de sus bondades y del tiempo que podría ahorrarme. Sin embargo yo no lo sentía, disfrutaba de estar ahí, regando cada atardecer las plantas, de invertir el tiempo en esta maravillosa meditación. Diez años después, así lo sigo haciendo, y cada día sigo agradeciendo la oportunidad de poder regar las plantas una por una, personalmente, con atención y cariño.

Cada vez que me pongo a regar, también es un buen momento para practicar la meditación del interser y observar profundamente ese agua que sale por la manguera. Saber que ese agua es porque muchos elementos no-agua también son. Puedo ver el océano, la lluvia, la montaña de donde mana el agua, pero especialmente puedo ver a mi abuelo, que arduamente trabajó cavando más de 2 km de zanjas a lo largo de la montaña, para dirigirla hasta una presa donde se almacena y luego poder usarla cada día para regar, además de para beber, cocinar, lavar… Cuánta gratitud hacia mi abuelo y muchos otros antepasados que me han regalado con su esfuerzo y generosidad, con su sabiduría para aprovechar los recursos de la Madre Tierra de forma sencilla y sustentable, y con sus cariño y buen hacer, valiosos recursos que hoy puedo aprovechar. 

Esta tarde cuando de nuevo pueda disfrutar de la maravillosa agua corriendo sobre la tierra, podré sentir otra vez cuán valiosa es para la vida y reafirmar mi compromiso de usar y gestionar con suma delicadeza, e inmensa gratitud, este hermoso y refrescante tesoro de la Madre Tierra.

«El agua fluye a través de mis manos, pueda usarlas sabiamente para conservar este hermoso planeta»

Jorge, Sangha Tierra de Presencia