«Practicaré la generosidad en mis pensamientos, en mis palabras y en mis actos de la vida diaria. Compartiré mi tiempo, energía y recursos materiales con aquellos que los necesiten»
Thich Nhat Hanh
¡Ha llegado el verano! Se vislumbra en el horizonte. Ahora el amanecer, ya madruga más que nosotros. Cuando salgo a las 06:00 a tomar una infusión al jardín, como cada día, la luz del amanecer, ya está ahí, esperándome. Hace poco, era yo quien esperaba a la luz de la mañana. Los pájaros y los gallos, ya entonan himnos y cantos a la Madre Tierra y yo, me uno a ellos. Las altas montañas resplandecen de tonos rojizos y a lo lejos el mar se ve tranquilo esta mañana.
Se vislumbra la llegada del verano, en el calor. Cuando salgo a jugar a la huerta la calidez del Tathagata sol ya es intensa, la calidez que madura los frutos, destila el aroma de las flores y alegra el corazón.
Pero sobre todo se vislumbra la llegada del verano, en la generosidad de la Madre Tierra. Más que en ninguna época del año, es ahora cuando la abundancia de la Tierra se expresa en todo su esplendor. Y yo, puedo verla, tocarla y saborearla en este momento.
Nunca deja de sorprenderme, tanta generosidad, y ello me hace reflexionar sobre mi generosidad. Tiempo atrás y siguiendo los hábitos adquiridos, maldecía a los ratones que se comían “mis patatas”, a los mirlos que se llevaban “mis fresas y ciruelas”, a las palomas que devoraban “mis guisantes”… e intentaba ahuyentarlos de “mi huerta”. La práctica y la contemplación de la Madre Tierra y su generosidad me ha llevado a comprender que nada me pertenece, que soy uno más, como todos mis hermanos, disfrutando de la generosidad de la Tierra.
Así pues, hoy puedo recoger las patatas, envuelto en el calor veraniego, el polvo, los ratones, las pequeñas arañas y ciempiés, y los luciones que campan a sus anchas entre las plantas de patatas, con mucha gratitud de tocar en mis manos la abundancia de la Madre Tierra y sentir esa generosidad en mí.
Cuando el calor aprieta y el cansancio se hace notar, camino suavemente hacia un ciruelo, y aquí, encaramado a sus ramas, puedo saborear el calor del sol, la fertilidad de la tierra, y el trino asustado de un mirlo que, como yo, está saboreando la dulzura de las ciruelas. Cierro los ojos y me voy deleitando con los generosos frutos de la Tierra, dejándome mecer por la suave brisa, que me acuna en las ramas del ciruelo, cual amorosa madre. Y ahí, descansando, siento la fragancia de las madreselvas, que envuelven el aire que respiro suave y atentamente.
Ahora, con mi barriga llena y los capachos repletos de patatas, estoy deseando, como tú, Madre Tierra, seguir practicando la generosidad con Alba, Iris y mis padres, con la Sangha, mis hermanos y hermanas, y todos los seres que compartimos tu abundante generosidad. ¡Gracias, querida bodhisattva Madre Tierra!
Jorge, Sangha Terra de Presencia