Cuando tengo que desplazarme lo hago andando o en coche. Por mis circunstancias, más o menos justificadas, no hago uso de ningún otro medio de transporte.Especialmente en los últimos años, he buscado formas de reducir mis trayectos en coche, observando qué me motivaba a hacer esos desplazamientos que, como otros tipos de consumo, en muchas ocasiones eran emocionales. Así fui reduciendo los viajes, aprovechando por ejemplo un mismo viaje para hacer varios recados o visitas, y eliminando otros que comenzaron a parecerme innecesarios. Con ello, a día de hoy, creo que he logrado reducir mis viajes al mínimo imprescindible que siento posible en estos momentos.
He estado bastante tranquila y satisfecha con estos cambios hasta que iniciamos el tema de la profundización de “Transporte y energía”. Por primera vez creo que he sido realmente consciente (o más consciente) del impacto tan fuerte que tiene para el planeta que use el coche. Tal vez en esta ocasión no lo he valorado en términos de contaminación acústica y ambiental como podía pensar antes, sino que he visto con más claridad la verdad de ese petróleo que compro: de dónde viene; cuánto de sostenible es ese combustible; qué desigualdades, opresiones, violencia… apoya mi consumo; y qué alternativas tengo.
En las últimas semanas tengo este tema presente y creo que todavía no he encontrado una solución, solución que por cierto ni siquiera sé si hay. Puedo ver que mi mente se orienta hacia una solución de reemplazo en vez de pensar en un cambio real en la forma de replantear el cómo me desplazo, y mi necesidad de hacerlo. Así que buscando una alternativa, he comenzado por pensar en la opción de comprar un coche eléctrico. Pensaba entonces en toda la chatarra, chips, baterías… que se generan al comprar un coche nuevo y finalmente no me ha parecido mejor opción comprar un coche eléctrico que aprovechar el que ya tengo.
Después he pensado en comprar una bici estilo rickshaw, eléctrica, que se ajuste a mis necesidades como: que me permita llevar siempre a otra persona, que me permita desplazarme por grandes desniveles (Galicia no es Holanda…), que me permita no mojarme cuando llueve… Es más, valorando alternativas ¡hasta he pensado en volver a montar a caballo! Al final, un batiburrillo de ideas.
Finalmente me he sentido, por primera vez, realmente atada al sistema, atrapada en un laberinto pantanoso en el que, de haber una salida, no será sin esfuerzo. Aun con todo, permanezco con apertura, no solo para encontrar alternativas sino para lograr una interacción con la vida que sea todavía más lenta, mucho más lenta, en donde sienta que tengo el tiempo suficiente para ir, para venir… y lograr de ese modo poner verdaderamente al bienestar del planeta y de la vida que alberga por delante de mis deseos y comodidades mundanas.
Creo que estos son los regalos de la práctica de la atención plena. Según pasan los años deja de ser una cuestión de sentarse a meditar, o de beber un té atentamente, y se convierte en mucho más. La práctica me enseña a observar y replantear en profundidad el cómo pienso, cómo me expreso, cómo actúo… y cómo estoy construyendo cada día el mundo de mañana.
Esto es para mí consciencia del interser.
Alba, Sangha Terra de Presencia