Cuando estaba estudiando veterinaria en Madrid, contacté, en una de las muchas asambleas estudiantiles del final del franquismo, con un grupo de estudiantes de biología, futuros naturalistas, que colaboraron más tarde con Joaquín Araújo (el que continuó la línea de Félix Rodríguez de la Fuente). Estaban realizando un trabajo voluntario de campo con toma de datos para el censo de aves y rapaces de la Sociedad Española de Ornitología (SEO). 

Pues bien, tuve la suerte de poder acompañarlos en numerosas excursiones por preciosos lugares de España. Para censar pajaritos, recuerdo íbamos a pequeños ríos cercanos a los embalses del Tajo, por la provincia de Cáceres. Conocedores del medio y las costumbres de los pájaros, poníamos una red que cruzaba el rio en el momento adecuado de más actividad y esperábamos escondidos, en silencio y muy atentos también a sus cantos, a que hubiera varios enganchados. Los tomábamos en las manos con sumo cuidado, para identificarlos, pesarlos con un diminuto peso, medirlos y ponerles una anilla mínima en una patita. Tomábamos nota de todo y los soltábamos. Herrerillos, Carboneros, Mosquiteros, Escribanos, Jilgueros, Currucas, Carriceros, Tarabillas, Colirrojos, Bisbitas, los diminutos Chochines…todas estas criaturas tan sutiles y livianas tuve el gusto de conocer y tener en mis manos. Cuando íbamos de regreso hacia los coches, me maravillaba de cómo los futuros naturalistas, reconocían a los pájaros a distancia, por su tamaño, su forma de volar, su canto. Ahora en el recuerdo recupero esa atención plena en la observación, ahí en plena naturaleza. Inolvidable.

Cuando íbamos a anillar rapaces, recorríamos caminando grandes espacios y luego escalábamos para acceder al nido. Eligiendo también adecuadamente el tiempo para que los pollitos todavía estuvieran en el nido. Una vez un ejemplar de Águila Real al acercarnos al nido, se asustó y realizó su primer vuelo.  Recuerdo también dos ejemplares de Búho Real que nos miraban con unos inmensos ojos mientras los pesábamos, medíamos y anillábamos. Y el mal olor de los nidos de Buitres se pasaba por alto al ver a sus lindos polluelos. Todo esto en un ambiente con unas vistas espectaculares, en plena naturaleza, y en contacto con esos seres alados. Una hermosa experiencia espiritual.

Aprendí a observar a las aves y amarlas. En épocas de mi vida con grandes desafíos, hacia mías las palabras de confianza de Jesús: “Observen atentamente las aves del cielo, porque ellas no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; no obstante, su Padre celestial las alimenta … “1

Leyendo poemas de nuestro querido Thây, me conmueve la precisión en la descripción de: “…el pajarillo que celebra la vida con todas sus fuerzas.”2 

Una gran parte de mi vida ha transcurrido en el campo y en muchas primaveras era feliz cuidando a algún pajarito caído del nido, y luego soltándolo o cómo en el caso de mi Lupita, una paloma, viviendo con ella siete años. A Lupita la recogí bajo un puente, estaba intoxicada y con un disparo en un ala. Me costó sacarla adelante, aunque ya no pudo volar. En aquel entonces vivíamos en una casa en plena naturaleza, y ella caminaba libremente por la casa y porche. La convivencia con ella fue una experiencia inolvidable por lo mucho que nos enseñó. Su vulnerabilidad la transformó en valentía y era respetada por los perros y los gatos que compartían el espacio con nosotros. A mi me cuidaba y con su pico me hacía mimos y me “despiojaba “como si fuera su pareja. ¡Que criatura tan amorosa y valiente! Con ella aprendí a traspasar la barrera de miedos mentales que imaginaba al vivir aislada en el campo.

Gracias Lupita, gracias a todas las criaturas grandes y pequeñas que he conocido, que he cuidado, amado y que han llenado de alegría mis días.

Sangha de la Luna Nueva (Burgos)

1Mateo 6:26

2Poema “Estructura de la esidad”.  Llamadme por mis verdaderos nombres